La evolución de Lionel Messi

Escribir un post que tiene este título ya da, como poco, algo de respeto. Uno no se encuentra todos los días hablando del que mucha gente considera como mejor futbolista de todos los tiempos (si recordáis, en una entrada anterior, algo comentábamos sobre esto. Repasad Neymar no es mejor que Ronaldinho ;) ), por lo que se hace necesario expresarse lo mejor posible y quitarse el sombrero un poco, al menos para que no dé mucho el frío y se pueda pensar con claridad.

Estoy convencido de lo siguiente: La carrera de un futbolista en máximo esplendor dura diez años como mucho. Los continuos esfuerzos, partidos, entrenamientos y viajes, acaban pasando factura a nivel físico, como poco, y, normalmente, mental. La diferencia entre uno y otro jugador suele estar en el momento de la "explosión". Esto es: Si empiezan a dar su mejor nivel con 17 años, es normal que a los 27 se empiece a decir que "ya no es lo que eran", si lo hacen con 22, su carrera podrá extenderse sin reservas hasta los 32 y, si lo hacen sobre los 29...


Pues eso, el extraño caso de Benjamin Button.
Estoy absolutamente convencido de esto. No hay excepciones. Lo que ocurre es que, fisiología aparte, de vez en cuando aparece algún vulcaniano, un E.T., un Robocop o "llámalo X". Alguien que consigue desafiar al tiempo porque es tan rematadamente bueno que cuando deja de correr, empieza a hacer cosas que antes ni se le presuponían.


Sí, yo fui lateral, central y no fui minero por derechos de autor.
Y, en el olimpo de los dioses, en ése en que sólo llegan los que nacieron tocados por la varita mágica, se sitúa él: Leo Messi. Un jugador tan extraordinariamente distinto que es capaz de acabar un partido cuando quiere. Porque eso es lo más impactante: El partido se acaba cuando le da la real gana.

Si repasamos la trayectoria de Lionel, encontramos un "debut" con exhibición en aquel Joan Gamper del año 2005 que está aceptado como la primera aparición seria de esta leyenda. Un partido en el que se jugaba contra la Juventus entre los cuáles estaba, sin ir más lejos, un tal Thuram como defensa. La reacción del equipo italiano fue clara al finalizar el partido: "Gracias por la invitación, ¿cuánto cuesta ese enano?"


Aquella fue la primera exhibición de tantas, que ya hemos perdido la cuenta. Y en esa tesitura nos movimos durante los siguiente años, una especie de mediapunta-extremo tirado a banda cambiada que podía salirte por cualquiera de los dos lados y que era capaz de correr más rápido con el balón pegado al pie que sin él. De locos.

Regates imposibles, "roturas" en una baldosa, carreras atravesando por donde literalmente no había sitio... Messi era algo que debía verse. Ya por entonces hay tanta y tanta documentación que podríamos hacer un blog sólo para repasar su trayectoria: 

La remontada al Real Madrid en la 06-07, el gol de Getafe, casi propio del CGI del cine donde Maradona en el 86 llevase sensores para poder recrearlo, exhibiciones contra el Chelsea. Era tal superioridad haciendo posible lo imposible y, al mismo tiempo, lo fácil (cambiar de dirección en el momento justo con el balón cosido a la bota) de manera que pareciera arte, que pensábamos que no volveríamos a ver algo así en nuestra vida pero... También creíamos que esto se acabaría cuando se acabase la velocidad natural que da la juventud.


Dos telediarios me quedan... Guiño, guiño.

Pero, entonces fue cuando se produjo una conjunción de planetas que estaban condenados a alinearse, apareció el técnico que, no lo cambió todo, simplemente vio lo que pocos más imaginaban y se produjo el vuelco que tod@s conocemos. Pep Guardiola, el entrenador por excelencia de FC Barcelona (con el permiso de Cruyff y, más atrás, Frank Rikjaard) decidió que Leo era mucho más que un driblador y rematador imposible, era el factor diferencial que eleva el fútbol a un nivel superior.

Y ocurrió en el partido de infausto recuerdo para la parroquia merengue. Un doloroso 2-6 en el Santiago Bernabéu donde, por primera vez, Lionel Messi se incrustó en la punta del ataque para aparecer y desaparecer básicamente por donde le daba la real gana.



"Fácil: Ése por donde quiera y a hacer puñetas todos los cursos de entrenador del globo"

Y comenzó la ratificación de la evolución de este monstruo. De pronto tenía ojos en el cogote, tiraba faltas y las clavaba en la escuadra, cabeceaba, hacía moverse al equipo, se echaba a sus compañeros, a los rivales y hasta al cámara al hombro y ganaba partidos él solo. Con ayuda de decisiones a la altura de seres de la estratosfera, todo lo que hacía lo hacía bien. Seguía sentando rivales, pero no necesitaba hacerlo en carreras de sesenta metros, podía tirarlos al suelo en cinco, hacer una pared y plantarse delante del portero para batirle con facilidad.


Pero... Siempre hay un maldito pero.
Sin embargo, como buen kryptoniano, Lionel ha tenido un punto débil desde el principio y, no, no ha sido la selección argentina, quien le ha dado más disgustos que alegría hasta el día de hoy. Como en todas las buenas historias, su punto débil es su lado oscuro. Como para todo gran futbolista, el problema es seguir en la cumbre partido tras partido, no solo tienes que poder, también tienes que querer... Y para ello tu cabeza debe funcionar perfectamente.

A Messi le preguntaron en un gran estadio en el que saltó a jugar un partido de Champions, en qué estaba pensando en esos momentos: ¿La presión? ¿La gente?. Él solo acertó a decir: "La pelota". Y todo ha ido bien desde que este genial argentino se ha concentrado en ella, su compañera y su amiga. La pelota, o el balón, nunca ha defraudado a Messi, sin embargo a lo largo de diez años ha perdido en algunas ocasiones las ganas de jugar con ella, de dejarse la vida por no perderla y de ansiarla durante los 90 minutos que está en el campo.

Cuando otros temas extradeportivos (a los que este blog no se quiere referir porque no es fútbol) han asomado, Messi ha tenido medias temporadas, incluso temporadas enteras, en las cuáles había algo más importante que ese cacho de cuero esférico. Y eso le ha hecho andar por el terreno de juego casi evitando contacto alguno con él. Por supuesto, esto no ha pasado desapercibido para el impaciente seguidor, y más de uno ha pedido su traspaso (sí, lo han oído bien) porque durante cinco meses no ha sido el jugador de Playstation con la consola en modo "rival paquete" que nos tenía acostumbrados a ver.


A mí no me miren. Yo sé que con ponerle, sobra.
Y llegamos al momento actual. Lionel Messi ya no es ese caballo desbocado que elimina rivales por todo el campo y le sobran los otros diez para atacar. Ahora, él es simplemente el jefe, la bala escondida, el factor diferencial. El partido se acaba cuándo y cómo dice él, sin ningún derecho a réplica. Si el día no le ha ido bien, considera que no es importante esforzarse demasiado o hay cualquier cosa que no le encaje, es posible que su equipo pierda. Si en su selección se decide jugar sin contar con Messi, puede que haya explicación para tan pobre rendimiento.

Vaya un botón de muestra. Yo soy el entrenador, paro el partido y corro al resto de los diez a collejas hasta la ducha.



Sin embargo, queridos rivales, cuídense de ese día, o esos dos minutos en que el vulcaniano decide que esto se acabó, que ya vale tanta milonga y que la tontería se acaba aquí. Ese es el preciso momento en el que, estoy seguro, el propio balón sonríe, el estadio tiembla y millones de corazones en el mundo empiezan a latir más deprisa. Messi ha evolucionado, por supuesto, ha pasado por una metamorfosis que le ha llevado de "imposible" a "X-men", sin pasar por ninguna clase de factor mutágeno.

Messi es el jugador que quiere ser cuando quier serlo, es el mejor delantero, el mejor tirador de faltas, el mejor organizador, el mejor regateador y, que no se queden algún día sin conductor para el autobús, que este señor posiblemente lo meta en una plaza de zona azul. Messi es simplemente aquello por lo que vemos fútbol y ya está. No se puede definir mejor.

¿O no es así? ¿Qué opináis los que le veis de cerca partido tras partido?


Pues eso. Nada más que añadir.

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